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Las películas que plantean una aniquilación del ser humano (por diferentes motivos) han sido un recurso de la industria cinematográfica de Hollywood desde siempre.

Recuerdo ahora una discreta cinta Bond “Moonraker” (Lewis Gilbert, 1979) donde el malo (Drax) pretende eliminar a la raza humana … exceptuando a un reducido número de elegidos que tendrán su oportunidad en el espacio (con Drax incluido, claro).

Recientemente he visto varios films que ahondan en esta idea: la primera sería “Noé” (Darren Aronofsky, 2014) donde se plantea que hay que acabar con la raza humana existente … para crear una nueva y pura. Esta idea proviene de la reflexión que hace el propio Noé, quien está dispuesto a sacrificar a su propia familia por esta causa.

La segunda cinta es “KingsMan” (Matthew Vaughn, 2014), una película muy entretenida y recomendable, por cierto. En ella se narra cómo (en términos cinematográficos, claro) se crea un agente secreto tipo James Bond. En la película nuestro villano de turno desea salvar a la humanidad … aniquilándola (villano llamado Valentine, graciosamente interpretado por Samuel L. Jackson, quien curiosamente en las películas de Los Vengadores interpreta a uno de “los buenos”, el personaje Nick Fury, responsable de S.H.I.E.L.D.).

La tercera película es “Los vengadores: la era de Ultrón” (Joss Whedon, 2015), la segunda cinta de una trilogía (compuesta por 4 films, cosas del cine) de un pequeño fragmento del llamado “universo Marvel”. Película que podríamos catalogar de “mucho ruido y pocas nueces”, por cierto. En ella uno de nuestros héroes, Ironman, entiende que la forma de traer la paz de forma estable al planeta es desarrollando un robot avanzado, Ultrón. Éste entiende que el mayor peligro para la raza humana es ella misma y, por tanto, para salvar el planeta hay que acabar con la humanidad.

Curiosas reflexiones, ¿no? ¿Acabar con todo para crear algo nuevo?

En la mayoría de los films que abordan esta situación este “buen razonamiento” pertenece a uno de los “malos de la película” y, por tanto, suele fracasar. Se entiende que “nos pasamos varios pueblos” (por decirlo en términos coloquiales) y que debe haber otro tipo de soluciones.

En el mundo de la empresa podríamos intentar ver si en alguna ocasión llegamos a implementar este tipo de prácticas: ¿eliminamos por completo un área, un departamento, o mejor aún, todas las personas de ese área o departamento porque entendemos que tienen que haber caras nuevas (por ejemplo tras un proceso de fusión)?

Ciertamente estaríamos tentados a decir que sí, que en algunas situaciones “tiene que venir una nueva generación” para que, por ejemplo, dejemos de acordarnos de la Entidad de la que procedíamos. Sin ir más lejos, hace un par de semanas estaba trabajando con un grupo de directivos de una Entidad financiera que se fusionó hace unos tres años. En las correspondientes presentaciones la mayoría de estas personas hacían referencia a su “larga trayectoria” en la Entidad (de origen, se entiende). Llegó un momento en que una de estas personas dijo que su trayectoria en la Entidad se limitaba a tres años. El resto de participantes se quedó impactado con el comentario y todos asintieron haciendo explícito que, efectivamente, estaban en un proyecto nuevo y los “viejos” paradigmas debían quedar atrás.

Para llevar hasta sus últimas consecuencias esta hipótesis, la de una “nueva vida” (algo así como hablar del Génesis) habría  que considerar, pues, un momento previo de desaparición (Apocapilsis). Visto así suena muy extremo ¿verdad?

En el mundo de las organizaciones hemos utilizado durante mucho tiempo una expresión que ha dado muy buenos frutos: “cambio”. Cambio conlleva hacer las cosas de manera diferente, probablemente dejando de implementar determinadas actuaciones y creando otras nuevas.

Aún a día de hoy hablamos de la “resistencia al cambio” como uno de los frenos que tenemos en nuestras compañías para poder incorporar nuevas formas de hacer.

Tal vez podríamos emplear un término que para nosotros, tatum, tiene un alto significado y, así mismo, una connotación positiva: transformación.

Conceptualmente transformarse supone no abandonar los principios de actuación sino actualizarlos (diríamos, probablemente, que el camaleón se transforma en función de las necesidades del entorno).

Hoy en día tenemos que re-inventarnos, dar nuevas respuestas más eficientes, comprometidas y sostenibles que nunca … pero esto no significa que tengamos que tirarlo todo por la borda.

Aprovechemos el talento ya existente, identifiquémoslo bien (más allá de los resultados económicos cortoplacistas), integrémosle en una visión estratégica, démosle herramientas para que pueda crecer y desarrollarse convenientemente, …

Si logramos hacer esto, tal vez podamos convertirnos en una especie de súper héroe que al final de la cinta tuviéramos un diálogo de este tipo con el súper villano:

  • Súper Villano: “El renacimiento de la empresa pasa por su aniquilación”.
  • Súper Héroe: “Te equivocas, el renacimiento de la empresa pasa por su transformación”.

Ojalá, pues, trabajemos con este enfoque.



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