- 24 abril, 2017
- Posted by: eandres
- Categoría: Blog
Joseph E. Stiglitz, el economista estadounidense y ganador del premio nobel de economía, publicó el año pasado, junto con el profesor de la Universidad de Columbia Bruce C. Greenwald, un interesante libro titulado “La creación de una sociedad del aprendizaje”. En él, realiza un análisis comparativo de los países más desarrollados y los que tienen un desarrollo más lento. El objetivo, encontrar cuales son las variables que realmente marcan la diferencia en el desarrollo de un país. Lejos de lo que podría parecer a priori, no son ni su riqueza, ni sus recursos naturales ni su capacidad productiva los factores discriminantes. Los autores encuentran la principal diferencia en lo que han denominado: La brecha del saber. Son el conocimiento y la tecnología los dos elementos que más influyen en la calidad de vida de un país. El análisis de este binomio clave resulta determinante para poder predecir la evolución económica de un territorio, y su estrategia para mejorar el aprendizaje, crítica para conocer a qué velocidad se producirá ese cambio.
Si comparamos un ranking de los países del mundo por su producto interior bruto con un ranking de las principales empresas mundiales por capitalización bursátil, podríamos ver cómo Alphabet o Apple son actualmente, y ex aequo, la vigésimo sexta economía del mundo, por encima de casi doscientos países. Siguiendo este paralelismo Facebook sería la economía número treinta y nueve, Coca Cola la número cincuenta y siete e Inditex la número sesenta y cuatro. Si esta comparativa la hacemos por población, en 2017 Facebook ya tendría más usuarios activos al mes que habitantes tiene cualquier país del mundo: 1.860 millones frente a los 1.380 millones de China o los 1.331 de India. Twitter por su lado ocuparía la cuarta posición tras los 325 millos de habitantes de Estados Unidos.
Con esto quiero llevar a la reflexión de que hoy en día, las empresas son los verdaderos países. Su poderío financiero habla de tú a tú a las principales economías del mundo, y su base de usuarios es igual o mayor que la población de la mayoría de los países, con un pequeño detalle a favor de las grandes corporaciones: su capacidad de llegada e influencia con sus usuarios es inmensamente mayor.
Este paralelismo nos sirve, parafraseando a Bernardo de Chartres, para subirnos a hombros de gigantes como Stiglitz y aprovechar sus descubrimientos para trasladarlos al mundo empresarial y encontrar uno de sus principales retos: la brecha del saber. En un escenario donde la tecnología es cada vez más protagonista en todas las esferas empresariales (de clientes, de eficiencia, de capital humano, etc.) y con la incertidumbre como inseparable compañera, el binomio del talento y la tecnología cobra una especial relevancia.
En primer lugar, la digitalización o la transformación digital de las compañías es uno de los grandes desafíos que tienen nuestros directivos. Un elemento de gran importancia que va a determinar, en la misma línea que anticipaba el premio nobel, la competitividad de una compañía. Dada la gran confusión que veo en el mundo empresarial en la actualidad en este tema, creo que es importante recalcar que transformación digital no es igual a tecnología. Comprar las mejores herramientas tecnológicas del mercado no es un factor suficiente. Disponer de plataformas sin duda ayuda, pero el reto es mucho más complejo, y desgraciada, o afortunadamente, no se puede comprar con dinero. El terreno de juego está en el mindset de los profesionales, en su forma de pensar, de entender este nuevo mundo digital. ¿El objetivo? Tener cada vez más profesionales que, como decía Einstein, desarrollen al máximo su bendita curiosidad para tratar de comprender como funciona este nuevo ecosistema de redes sociales, conceptos colaborativos, nuevos paradigmas de gestión, todo ello bajo un marco tecnológico que evoluciona a una velocidad vertiginosa.
El talento es el segundo elemento para reducir esa brecha del conocimiento. Hoy en día el 99% de los productos son commodities. Suponen una mínima ventaja competitiva, ya que son copiados por nuestros competidores en cuestión de meses (en el mejor de los casos). Lo único que realmente marca la diferencia son las personas. Son las personas las únicas que pueden generar experiencias diferenciales para los clientes, las únicas capaces de innovar, de diseñar estrategias de éxito, etc. Pero hoy en día nuestras plantillas están muy desgastadas. Estos años de dura crisis que hemos vivido han hecho que su compromiso se reduzca drásticamente, y no olvidemos que sin compromiso no hay talento. Entender las palancas que generan la vinculación de los buenos profesionales y desarrollar planes para mejorarlo es otra de las prioridades que debe estar en la agenda de los equipos directivos.
Estos nuevos tiempos, además de habernos cambiado como profesionales, nos han cambiado, y mucho como consumidores. Exigentes, informados, demandantes de experiencias, dispuestos a compartir todo lo malo que nos ocurre en las redes sociales, e incluso también lo muy bueno. Ya no vale todo, y fidelizar a esta nueva clientela es cada vez más complicado. Sin duda el comprender estos nuevos hábitos y el ser capaz de diseñar experiencias dignas de ser recordadas es todo un desafío para las empresas y sus directivos.
Por último, desde mi punto de vista, la innovación completa el grupo de prioridades que debe estar en la cabeza de cualquier directivo en la actualidad. Las viejas formas de hacer se muestran cada vez menos eficientes en todos los ámbitos, internamente en la gestión de las personas y de los procesos, y externamente en el diseño de productos y servicios, en la relación con los clientes… El ingrediente adicional que complica la ecuación de la innovación es la velocidad. Hoy en día no basta con ser el mejor, hay que ser el más rápido. Hay que ser capaces de hacer cosas nuevas, de testarlas ágilmente y de lanzar aquellas innovaciones que realmente aportan valor de una forma veloz.
Recapitulando, el talento (compromiso) y la tecnología (la brecha del saber de Stiglitz), unidos a la generación de experiencias diferenciales y la necesidad de innovación son los cuatro tableros de juego donde los directivos españoles se van a batir el cobre este año. La buena noticia es que para hacer frente a estos desafíos no partimos de cero, tenemos una amplia experiencia y una larga trayectoria, pero como decía Harold Macmillan, todo esto nos será muy útil si lo utilizamos como un trampolín que nos impulse, y no como un sofá donde acomodarnos.